Irene Ferrando, de 72 años, empezó a sufrir insomnio en 2021, como consecuencia de una depresión. “Era un día tras otro durmiendo muy poco. Recuerdo mi vida bastante mal, sin ganas de hacer nada, sin fuerzas”, explica a EL PAÍS. Visitó a un psiquiatra para el abordaje de la depresión y este le recetó fármacos para el insomnio que sigue consumiendo hoy en día, aunque desde hace unas semanas, ya en menor medida. La reducción va ligada a su entrada en un grupo de Terapia Cognitivo Conductual para insomnio (TCC-I) que se ofrece como tratamiento desde la Unidad de Sueño del Hospital Clínico Universitario de Valencia. “Una amiga que es médico me había hablado muy bien de esta terapia, así que pedí que me derivaran a la Unidad de Sueño. Me está yendo muy bien, francamente. Básicamente, me está ordenando y organizando mi sueño. Esto no es inmediato, lo sé, pero estoy bastante animada. Creo que voy a conseguir superar mi insomnio”, afirma con optimismo.
Como Irene, según datos de un estudio liderado por el Grupo de Trabajo de Insomnio de la Sociedad Española de Sueño, el 14% de la población adulta española sufre insomnio crónico —los síntomas de insomnio ocurren tres o más noches por semana, duran más de 3 meses y no pueden ser explicados completamente por otro problema de salud—. Hace veinte años ese porcentaje era del 6,4%. “El insomnio es ya un problema de salud pública”, coinciden los expertos consultados, que destacan el impacto del insomnio a nivel de salud (mayor morbilidad cardiovascular, neurodegenerativa y metabólica) y a nivel económico, por su influencia directa sobre el absentismo laboral, el presentismo, los accidentes laborales y la productividad. Según el informe Carga social y económica del insomnio en adultos, elaborado por la organización internacional de investigación sin ánimo de lucro RAND Europe, solo por el descenso de la productividad el insomnio supone unas pérdidas anuales de más de 11.500 millones de euros en España, lo que representa el 0,82% del PIB.
Tal y como indican todas las principales guías de práctica clínica, el tratamiento de primera línea para el insomnio crónico es la Terapia Cognitivo Conductual, ya que es la que ha demostrado más eficacia a medio y largo plazo en el abordaje de este trastorno del sueño. Sin embargo, los pacientes que acceden a ella son aún la excepción. Un estudio publicado en enero en la revista científica Journal of Clinical Sleep Medicine apuntaba que solo el 1% de las personas con insomnio accede a él en Australia. En España no existen datos, pero el porcentaje podría ser incluso inferior. Apenas son un puñado las Unidades de Sueño que hoy en día ofertan este tratamiento.
“El problema del insomnio es que un trastorno muy frecuente y no está bien atendido. Las guías dicen que hay que empezar por la terapia cognitivo conductual, pero tenemos a miles de pacientes tomando hipnóticos y benzodiacepinas desde hace años”, lamenta el doctor Manuel de Entrambasaguas, neurofisiólogo clínico de la Unidad del Sueño del Hospital Clínico de Valencia. Su opinión la comparte Odile Romero, coordinadora de la Unidad del Sueño del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, que señala a varios factores. Por un lado, la falta de personal formado y de unidades que oferten la terapia: “A la mayoría de los pacientes que sufren de insomnio les cuesta llegar a un especialista”. Por otro, a la incapacidad para mirar a largo plazo. “Los recursos sanitarios son los que son y el insomnio no es algo que, aparentemente, genere un riesgo a corto plazo, así que no se ve como algo urgente y, por tanto, no está en las listas de prioridades”. Y, por último, a la falta de tiempo, que hace que la solución más rápida siempre sea un fármaco, aunque estos tengan importantes efectos secundarios, uno de ellos la dependencia: cuesta mucho retirarlos y hay pacientes enganchados a ellos durante años, aunque la mayoría de estos medicamentos tengan una indicación para apenas tres o cuatro semanas de tratamiento.
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